Antes del inicio del primer Campeonato de Liga la diosa fortuna deparó un “Viejo Clásico” en las semifinales de la Copa del Rey.
Los blancos se impusieron 3-1 en el duelo de ida disputado en Chamartín gracias a los tantos de Triana, Uribe y Rubio, mientras que Calero logró el tanto visitante.
Siete días después, el 27 de enero de 1929, “Los Leones” buscaron la victoria en San Mamés para forzar el partido de desempate y colarse en la final de un torneo que ya habían conquistado en 9 ocasiones desde que empezase a disputarse en 1903.
Cuentan los más viejos del lugar que durante toda la semana rezaron a su santo predilecto para que el día del partido lloviese, considerando que un campo embarrado les daría más opciones de doblegar a los merengues.
Inesperado protagonista
No cabe duda que escuchó sus súplicas. La víspera del duelo diluvió sobre Bilbao y, pese a amanecer soleado, poco antes del partido la lluvia hizo acto de presencia de nuevo, dejando un césped completamente enfangado, especialmente en las áreas.
Antes del choque una empresa vizcaína repartió entre los 8.500 espectadores presentes en el estadio un juguete cuyo sonido era muy similar al que emiten las ranas.
Los hinchas no cesaron de “caldear” el ambiente con sus inocentes ranitas croando, de ahí que el encuentro haya pasado a la historia como “el partido de las ranas”.
En medio de aquel estruendo y, pese a todas las trabas en el camino, el Real Madrid viajó en autocar y alargó bastante su camino al haber una equivocación en el itinerario, los jugadores blancos fueron muy superiores y lograron un 1-4 que significó su primera victoria en La Catedral, gracias al doblete de “Monchín” Triana y los goles de Gaspar Rubio y Jaime Lazcano, mientras que el de los locales fue de Juan Urquizu en propia puerta.
Aquella edición de la Copa del Rey tuvo a la lluvia como una de sus grandes protagonistas. Apenas una semana después de “el partido de las ranas” el RCD Espanyol conquistó ante el Real Madrid su primer título en un duelo conocido como “la final del agua”, nombre que os dará una idea de cómo estaba el césped de Mestalla aquella tarde del 3 de febrero de 1929.