Ni uno, ni dos, ni tres napolitanos, fueron muchos los que aquel día apoyaron a la albiceleste por devoción hacia su ídolo Diego Armando Maradona y, daba igual que la “azzurra” se jugase un puesto en la gran final.
Hasta ese momento el himno argentino había sido silbado en Milán, Turín y Florencia. Nápoles lo escuchó respetuosamente y aplaudió a su conclusión.
Este partido fue una muestra más de la eterna división norte-sur en el país transalpino. La discriminación e incluso marginación que durante largo tiempo ha sufrido la gente de las regiones del sur más pobres, por los ricos del norte.
Sobre el césped de San Paolo se vieron las caras dos de las grandes potencias futbolísticas. Las dos últimas campeonas del mundo. La anfitriona Italia levantó su tercer trofeo en el Santiago Bernabéu en 1982 y cuatro años después en el Estadio Azteca lo conquistó por segunda vez en su historia Argentina.
La tensión se cortaba con cuchillo los días previos al choque. Más aún cuando Maradona calentó el ambiente recordando a sus amados napolitanos que en el norte les llaman despectivamente “terrone” (paletos). El país se dividió, los que defendían a su país a capa y espada contra la inmensa legión de fieles maradonianos de Nápoles.
Siamo fuori
Hasta aquel 3 de julio de 1990 Italia llevaba un camino impoluto con pleno de victorias y sin encajar un solo gol, dejando atrás a Austria, Estados Unidos, Checoslovaquia, Uruguay e Irlanda.
Contaban con figuras de la talla de Franco Baresi, Paolo Maldini, Gianluca Vialli o Roberto Baggio y con el máximo goleador de aquella edición, un sorprendente Salvatore Schillaci que convirtió en oro todo lo que tocó en aquel torneo.
Por su parte Argentina tenía entre sus filas al mejor futbolista del planeta, pero inició dubitativa el torneo cayendo ante la revelación Camerún y logró salvar la fase de grupos derrotando a la URSS con polémica e igualando con Rumanía.
En octavos doblegaron a Brasil con el legendario gol de Claudio Caniggia, en un duelo marcado por el famoso “bidón de Branco” y en cuartos apearon a Yugoslavia en la tanda de penaltis.
La anfitriona era favorita, pero el potencial de Argentina era indudable, aunque su juego fuese rácano y el tobillo de Diego estuviese entre algodones, tenían la esperanza intacta.
Los locales empezaron con mucho más brío y en el 17’ “Totó” Schillaci (quién si no) abrió la lata aprovechando un rechace del meta argentino.
Argentina lo intentaba con más corazón que cabeza y en el 67’ su insistencia tuvo premio. Olarticoechea puso un gran centro para que “El Pájaro” volase por delante de la zaga italiana y con un testarazo inverosímil rompiese el cerrojo de Walter Zenga por primera vez en el torneo.
De ahí al final ambos equipos nadaron y guardaron la ropa. Con más miedo a perder, que afán por buscar la meta contraria. La prórroga siguió el mismo camino, con algo más de ahínco por parte local cuando la albiceleste se quedó con uno menos por la expulsión de Ricardo Giusti.
El pis de Goycochea
Pese a que el colegiado galo Michel Vautrot alargó el tiempo de prolongación 8 minutos más de lo debido, olvidándose de mirar el reloj, los argentinos resistieron estoicamente y el duelo se fue a los penaltis.
“Goyco” se erigió en héroe parando los lanzamientos de Donadoni y Serena. Así la albiceleste avanzó a la final en uno de los duelos más tensos en la historia de la Copa del Mundo.
El refrán dice que todo se pega menos lo bueno. Por todos es sabido la multitud de cábalas que el bueno de Bilardo fue sumando a la expedición argentina durante la disputa de la Copa del Mundo de 1986 y que se prologaron hasta la siguiente edición del torneo disputado en tierras italianas.
Los hay que las cumplían por mera obediencia a su entrenador, pero otros más supersticiosos se lo tomaban muy en serio. Uno de ellos fue el guardameta Sergio Goyecochea.
En el duelo ante Yugoslavia en el Artemio Franchi en el que pasaron en los penaltis el meta combatió el calor bebiendo mucho líquido y, en un momento dado le entraron ganas de evacuar. Sus compañeros le rodearon y lo hizo disimuladamente.
Para poder cumplir la cábala confesó que al repetirse el desenlace contra la anfitriona, bebió agua de más durante la prórroga para que le entrasen ganas de orinar. Casualidad o causalidad, ganaron de nuevo.
Aquel Italia vs Argentina de 1990 fue el principio del fin del reinado de Maradona en el país transalpino. Cinco días después la hinchada italiana en San Siro silbó con todas sus fuerzas el himno argentino y a “El Pelusa” se le leyó un insulto en los labios.
Para más inri cayeron ante Alemania y el astro lloró de rabia sobre el césped. Ya nada volvió a ser igual. La plata no servía. Se acercaba su ocaso futbolístico.