A día de hoy el Atlético de Madrid es el único club que puede presumir de tener en sus vitrinas una Copa Intercontinental sin haber conquistado nunca la Copa de Europa.
Bien es cierto que el destino ha sido especialmente cruel con el Atlético de Madrid en las tres finales del torneo que ha disputado hasta el momento.
Destino cruel
En 2016 en San Siro el partido acabó 1-1 y se llegó a los penaltis. Juanfran envió a la madera el penalti definitivo, entregando la «Orejona» a su eterno rival.
¿Se puede ser más cruel? Pues sí.
Dos años antes en Lisboa, también frente al Real Madrid, los colchoneros se adelantaron pronto y cuando ya tocaban la ansiada copa con la punta de los dedos, Sergio Ramos puso el empate en el minuto 93.
La prórroga fue un recital merengue con los colchoneros aun en shock, que terminó con un contundente 4-1.
Hay que remontarse a la temporada 1973-1974 para recordar la primera final disputada por los rojiblancos en este torneo.
Aquel Atlético de Madrid lo entrenaba Juan Carlos “Toto” Lorenzo, técnico argentino que había vestido la camiseta rojiblanca durante 3 temporadas.
Era un muy buen equipo. El portero titular era Miguel Reina, padre de Pepe Reina. Atrás tenía gente contundente (por decirlo delicadamente), como Panadero Díaz y Ovejero.
La calidad la ponían hombres como Luis Aragonés, ya en el ocaso de su carrera, Irureta o Adelardo y los goles eran cosa de tipos con mucho olfato como Gárate o «Ratón» Ayala.
La primera vez
La representación argentina era abundante, ya que, además del entrenador contaba con hasta 5 jugadores de aquel país.
El Atleti era un equipo intenso y correoso, un parroquiano diría “duro de cojones”, pero no precisamente exento de calidad. En definitiva, un equipo muy difícil de ganar.
Aquella Copa de Europa de la 73-74 fueron dejando por el camino a Galatasaray, Dinamo de Bucarest, Estrella Roja. Las semifinales depararon un duelo con el poderoso Celtic de Glasgow.
El partido de ida de aquella eliminatoria es recordado como la batalla de Glasgow. Tras un sufridísimo empate sin goles en Celtic Park, los colchoneros hicieron valer su condición como local venciendo 2-0 en el Calderón.
En la final se vieron las caras con un gigante en ciernes, el Bayern de Múnich, que estaba a punto de convertirse en uno de los equipos mas laureados de la historia logrando 3 Copas de Europa consecutivas.
La base de aquel equipo, incluso se proclamarían campeones del mundo en el mundial de aquel verano.
El Bayern era un equipazo, Sepp Maier, Paul Breitner, Uli Hoeness, Gerd Müller y el mejor jugador del momento, Franz Beckenbauer.
El encuentro jugado en Heysel fue muy igualado. El tiempo reglamentario terminó sin goles, teniendo que disputarse una dura prórroga.
En el minuto 114 todo se puso de cara para los colchoneros, Luis Aragonés, aun conocido como “Zapatones”, adelantó a los suyos de falta directa. Un auténtico golazo, que el propio Luis celebró levantando las manos antes de que el balón entrara.
En el último minuto de juego el central alemán Schwarzenbeck condujo el balón hasta la frontal sin que nadie saliera a cortarle el paso.
Con todo el Atlético en su área, a solo unos metros del balcón del área, seguramente más por desesperación al ver todo perdido a escasos segundos del final, Schwarzenbeck se sacó un punterazo que atravesó el mar de piernas colándose junto a la base del poste derecho de Miguel Reina.
Depresión rojiblanca
Ese gol cuando estaban a punto de levantar la copa fue un mazazo descomunal, un golpe del que no se repusieron. Luis Aragonés, héroe de aquella noche siempre cargó con más culpa de la debida.
A pesar de marcar el gol y de haber cuajado un gran partido, se responsabilizó a sí mismo de la jugada previa al gol bávaro.
En el último minuto, Gárate se llevó el balón al córner derecho alemán para arañar los últimos segundos al crono.
Dos jugadores alemanes le acosaron ante la mirada de Luis. Paul Breitner empujó a Gárate y el balón salió de fondo. Sepp Maier la puso rápidamente en juego comenzando aquella fatídica jugada para los rojiblancos
Luís siempre dijo que tenia que haber cubierto aquel balón en lugar de hacerlo Gárate.
En aquella época no había penaltis. Tuvieron que disputar un partido de desempate 2 días después. Los colchoneros hundidos cayeron por un contundente 4-0.
Aquel equipo campeón cayó en una profunda depresión que le hizo abandonar la senda de la victoria.
La temporada siguiente empezó de la peor manera encajando varias derrotas consecutivas tanto en Europa como en Liga.
Fue entonces cuando Vicente Calderón, presidente del club recurrió a Luís. Tras una larga charla logró convencerle para que colgara las botas y cogiera las riendas de un equipo hundido anímicamente.
De la noche a la mañana Luis salió de un entrenamiento charlando con sus amigos para entrar al día siguiente hablándoles de usted.
Dejaba de ser «Zapatones» para empezar a forjar la leyenda de “El Sabio de Hortaleza”.
Dos huesos duros de roer
A comienzos de 1975 el Bayern de Múnich se resistía a fijar la fecha para disputar la Copa Intercontinental. Torneo creado en 1960, que enfrentaba al campeón de Sudamérica con el campeón de Europa, valga la redundancia, campeones de la Copa Libertadores y la Copa de Europa respectivamente.
Inicialmente esta competición se disputaba a doble partido, en los respectivos estadios de ambos contrincantes. Visitar Sudamérica, y especialmente Argentina, para disputar este tipo de partidos era casi una temeridad en aquel momento.
En los años anteriores estas visitas se habían convertido en autenticas carnicerías, muy especialmente la del ’68 entre Estudiantes de la Plata y AC Milan, catalogado como el partido mas violento de la historia.
Por este motivo el Bayern renunció a participar, como ya había hecho en dos ocasiones el Ajax de Cruyff.
Llegados a este punto la UEFA invitó al Atlético de Madrid, que lejos de amedrentarse aceptó la invitación.
El rival de los colchoneros fue Independiente de Avellaneda, un hueso duro de roer al que tendrían que medirse en territorio hostil en primer lugar.
Aquel Independiente de Avellaneda conquistó 4 Libertadores consecutivas. Sin duda el mejor «Rojo» de todos los tiempos.
La magia del equipo giraba alrededor de Bertoni y el genial Bochini, el resto destacaba mas por entrega y contundencia que por ser unos virtuosos del balón. Hay quien los catalogaría como una banda de forajidos dentro del terreno de juego.
El Atlético arrastraba cierta fama de ser un equipo muy feroz, leyenda acrecentada por la famosa Batalla de Glasgow. Con tanta presencia argentina era un equipo de esos que denominan como “cancheros”.
Como era de esperar los rojiblancos se encontraron un ambiente muy hostil en Avellaneda y el planteamiento de Luis Aragonés fue acorde a la situación. Muy conservador.
El partido de ida terminó 1-0 a favor del «Rojo», gracias a un gol de Agustín “Mencho” Balbuena.
A falta de juego, lo que si hubo fueron buenos palo. Un encuentro bronco de principio a fin que el colegiado holandés manejó lo mejor que pudo.
La expedición rojiblanca dio por bueno el resultado confiando en llevarse el gato al agua en el Calderón.
La Intercontinental del Atleti
Para el partido de vuelta Luis Aragonés cambió radicalmente su planteamiento, ya no iban a la batalla, para ganar necesitaban al menos dos goles.
El equipo se concentró la noche anterior en El Escorial y allí saltó la sorpresa, el titularísimo Reina no iba a jugar, su puesto lo iba a ocupar Pacheco.
Sobre este tema se ha especulado mucho, se dice que Luis Aragonés, supersticioso como pocos alineó a Pacheco porque en sus escasas actuaciones como titular 2 de ellas habían sido en dos alirones.
El Atlético saltó al campo con Pacheco, Melo, Eusebio, Heredia, Capón, Adelardo, Alberto, Irureta, Aguilar, Gárate y Ayala.
Independiente con: José Alberto Pérez, Commisso, Miguel Ángel López, Osvaldo Carrica, Pavoni, Saggiorato, Galván, Bochini, Mencho Balbuena, Percy Rojas y Bertoni
Los colchoneros supermotivados salieron con un ímpetu arrollador para finiquitar el partido cuanto antes.
A pesar de que los rojos inquietaban de vez en cuando la meta de Pacheco, Irureta adelantó a los locales en el minuto 22.
“El ingeniero de área” Gárate centró un balón desde la izquierda que Jabo Irureta acertó a rematar más con el hombro que con la testa, para mandar el balón al fondo de la red.
En la segunda parte los argentinos mejoraron notablemente su juego. El Atlético logró mantener su ventaja a base de casta.
«Ratón» Ayala en las postrimerías del encuentro recogió un balón enmarañado dentro del área para poner el 2-0 definitivo.
El Atlético de Madrid se proclamó así campeón del mundo sin haber levantado la Copa de campeón de Europa. A día de hoy sigue siendo el único en conseguir tal hito.
En aquella final el destino se portó bien con el Atlético, si no hizo falta que le devolviera toda la fortuna que le había faltado antes, al menos le dio lo que merecía.
La Intercontinental no se celebró las dos siguientes temporadas y cuando estaba condenada a su extinción se decidió cambiar el formato para que se jugara a partido único en campo neutral, en Tokio.
Así continuó hasta su desaparición en 2004, siendo sustituida por el moderno Mundial de Clubes.